- En un pliegue del alma, entre Dios y mis hijas, guardo cartas
- que escribo y que nunca te leí.
- Hablan del primer beso y del vestido blanco
- que una tarde de mayo estrenaste para mí,
- yo tenía veinticuatro años y estudiaba para ser feliz.
- De tus ojos pardos y serenos,
- de versos en servilletas de papel
- donde te dije por primera vez: te quiero.
- Con quinto de locura terminado,
- en la especialidad de sueños
- echamos a volar y, sin dueño, volamos.
- Queríamos ser viento y cometa,
- el mar y la sal, vela y velero: te quiero.
- La abeja y la miel, la peca y la piel,
- el relámpago y el trueno: dos cuerpos;
- Las doce y la una, la noche y la luna
- el pájaro y la pluma,
- la tempestad y la calma: y un alma.
- Y del vestido verde de una tarde de agosto,
- que llevabas en la iglesia
- y que sacas y te pruebas, de vez en cuando.
- De enfados y de ruidos y de algún chirrido.
- De épocas de estío, de viento y de silencio
- y de las hijas y los hijos y ahora de los nietos.
- Eres cómplice de besos, caricias y ternura; de mis viajes
- de la risa a la amargura, de volar en las alturas y a ras de suelo.
- Si se apaga la llama de mi candil mañana me gustaría ir donde
- tu vayas; sin tí soy la mitad de nada...
Febrero 2005