Novelas

1. El Barrio de las Casas Baratas

El Barrio de las Casas Baratas.

Para Hortensia, Marta y Laura,

Con todo mi amor y gratitud.

Marzo de 1996

 

 

1. Gorriones y tebeos.

 

Las cuatro de la tarde de un luminoso día de Julio. El calor es sofocante. En la calle, debajo de una acacia, cuatro o cinco chiquillos con los tirachinas en la mano miran a la copa del árbol buscando entre las hojas un gorrión nuevo que pía llamando a los padres.

— ¡Lo veo! —grita uno de ellos—. Mete una piedra en la badana, estira bien las gomas y ¡¡¡ZZZZSSS!!! El pájaro cae muerto en la acera.

— Desde luego Isidro, no fallas uno. ¡Que puntería tienes! ¡Y ya llevas cuatro!

Isidro, un muchacho regordete de unos doce años, de pelo anillado y ojos marrones, arrestrojado de verano y calle, coge el pájaro y se lo mete en un bolsillo del pantalón.

— Podíamos ir al corralón, a las acacias grandes, seguro que allí hay tordos nuevos —dice Luís.

— Sí, para que luego te enganches, como siempre, a tirar piedras a los cristales de las ventanas de los patios y salgan los vecinos pegando voces y tengamos que salir corriendo. Yo me voy a mi casa que mis padres se creen que estoy acostado a la siesta leyendo tebeos y, como se levanten y no me encuentren..., se van a cabrear.

— Pues nosotros —dice Javi— nos vamos a los tordos, ya verás cómo matamos alguno.

Isidro se mete el tirachinas en el bolsillo y le da los pájaros a Javi.

— Toma, llévatelos tú. A mi madre le dan lástima. Dice que si por lo menos fueran palomas.

— Vale pero, seguro que cae algún tordo. ¡Anda, vente con nosotros!

— No, me voy a mi casa a leer tebeos. Me ha dejado "el Chato" uno de Hazañas Bélicas. Luego nos juntamos a las siete o por ahí en las cuatro esquinas.

No se ve a nadie por la calle. El barrio está precioso. Las casas tan blancas contrastan con el verdor de las higueras y albaricoqueros de los patios. Todo el mundo tiene frutales. Si el año viene bueno al menos el postre del verano está asegurado.

Me gusta el barrio. Eran casas baratas que hizo Sindicatos en las afueras de la ciudad, rodeado de huertas. Casas de dos plantas, con mucho patio, calles muy anchas donde los chiquillos pasábamos el día jugando en inverno y verano sin más peligro que los carros y bicicletas que muy de tarde en tarde pasaban.

Con su colegio, el "San Fulgencio", y su Iglesia de "Fátima" con torre y todo, y su salón parroquial.

En las canaleras de zinc de los tejados criaban los gavilanes y los vencejos; y cuando llegaba mayo, pasaba las horas muertas viendo a los padres ir y venir con bichos en el pico a darles de comer a los pollos. Y al atardecer el perfume de las acacias y las madreselvas de las vallas de los patios, hacían del barrio un paraíso de lujo para gente humilde que había dejado atrás la habitación realquilada, con derecho a cocina y se había embarcado en pagar cuarenta duros al mes y una hipoteca a treinta años, con la esperanza, más que la certeza de que algún día la casa fuera suya gracias a Dios, a Franco y a la Obra del Hogar.